ROMPER CICLOS EN TIEMPO REAL: EL VALOR DE ROMPER CON LO QUE TE HA HECHO DAÑO

La sanación no es solo personal, sino generacional. Sanarse a uno mismo es comenzar a reescribir una historia que probablemente se ha transmitido, a menudo sin saberlo, durante décadas. Ya sea gritar, evadir, complacer a los demás o evitar situaciones de forma crónica, muchos de nuestros comportamientos habituales fueron en su día estrategias de supervivencia modeladas o heredadas en la infancia. Pero no tienen por qué ser tu destino. Son hábitos de protección, y se pueden interrumpir.

Romper con un patrón generacional no siempre parece heroico. A veces, se ve así: un papá, que creció recibiendo golpes cuando cometía errores, hace una pausa para respirar profundamente tres veces antes de responder a la rabieta de su hijo pequeño. O una mamá a quien le enseñaron a reprimir sus necesidades aprende a decir «eso no me sirve» sin disculparse. Estos momentos pueden parecer insignificantes, pero son cambios dramáticos.

La neurociencia confirma la importancia de estas decisiones. El sistema límbico, responsable de nuestras respuestas emocionales y nuestra memoria, está muy influenciado por las experiencias tempranas. Cuando una persona sufre un trauma o estrés crónico en la infancia, su cerebro aprende a responder al mundo con una mayor alerta y reacciones defensivas (Teicher y Samson, 2016). La buena noticia es que el cerebro no es inmutable. Gracias a la neuroplasticidad, a lo largo de nuestra vida podemos crear nuevos patrones de comportamiento, especialmente aquellos basados en la seguridad emocional y la intencionalidad (Siegel, 2012).

Estos nuevos patrones no surgen automáticamente. Deben practicarse repetidamente. Charles Duhigg, en El poder de los hábitos, explica que los ciclos de hábitos consisten en una señal, una rutina y una recompensa. Por ejemplo, la señal podría ser que tu hijo dé un portazo. La vieja rutina podría ser gritar. ¿La nueva rutina? Calmarte con una respiración profunda y responder con tranquilidad. Con el tiempo, ese nuevo ciclo se convierte en tu respuesta predeterminada. El cerebro aprende seguridad.

No se trata solo de algo psicológico, sino también biológico. Estudios en epigenética han demostrado que el trauma puede afectar la expresión génica, a menudo a través de la hormona del estrés cortisol. Sin embargo, las intervenciones terapéuticas, como la terapia, la atención plena y las relaciones seguras, pueden revertir algunos de estos efectos, alterando la forma en que se expresan los genes en las generaciones futuras (Yehuda et al., 2016).

Esta es la sagrada labor de romper el ciclo. Se refleja en la crianza de los hijos, el liderazgo y las relaciones de pareja. Piénsalo: un líder que se crió en un hogar donde los conflictos eran peligrosos podría evitar las conversaciones difíciles en el trabajo. Pero a través del trabajo interior y la regulación somática, aprende a mantenerse presente durante los momentos incómodos. Ese cambio genera seguridad psicológica para su equipo. O imagina a una pareja que antes temía mostrarse vulnerable porque la vulnerabilidad significaba rechazo, y que aprende a decir: «Te necesito ahora mismo».

Cada vez que elegimos la conexión en lugar de la reactividad, la conciencia en lugar del piloto automático, estamos sembrando algo nuevo. No estamos borrando el pasado, sino que estamos eligiendo responder a él de manera diferente. Y al hacerlo, creamos espacio para nuevos futuros.

Como escribe Resmaa Menakem en My Grandmother’s Hands (Las manos de mi abuela), «La sanación no ocurre en tu cabeza. Ocurre en tu cuerpo y puede extenderse a los cuerpos de los demás». Ese es el milagro de interrumpir los ciclos en tiempo real: cambiamos no solo lo que es posible para nosotros, sino también para aquellos que vienen después de nosotros.

References

  • Duhigg, C. (2012). The Power of Habit: Why We Do What We Do in Life and Business. Random House.

  • Siegel, D. J. (2012). The Developing Mind: How Relationships and the Brain Interact to Shape Who We Are. Guilford Press.

  • Teicher, M. H., & Samson, J. A. (2016). Annual Research Review: Enduring neurobiological effects of childhood abuse and neglect. Journal of Child Psychology and Psychiatry, 57(3), 241-266.

  • Yehuda, R., Daskalakis, N. P., Desarnaud, F., et al. (2016). Epigenetic biomarkers as predictors and correlates of symptom improvement following psychotherapy in combat veterans with PTSD. Frontiers in Psychiatry, 7, 195.

  • Menakem, R. (2017). My Grandmother's Hands: Racialized Trauma and the Pathway to Mending Our Hearts and Bodies. Central Recovery Press.

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